sábado, 14 de marzo de 2015

Quienes más sufren resultan ser los más bellos y esta es la razón

Nuestros peores momentos nos hacen más fuertes frente al mundo
Todavía no llego al primer cuarto de mi vida y ya puedo decir que he conocido a muchas personas diferentes en este tiempo que he pasado en este planeta.
La gente viene en todas las formas, tamaños y colores que te puedes imaginar; desde la clásica chica falsa que ante tus ojos será adorable y que por detrás planeará tu muerte, hasta esa persona egocéntrica que disfruta tanto de hablar de sí mismo que quizá la conozco más a ella que a mí.
Mientras reflexionaba sobre esta triste realidad comencé a pensar en cuáles son las cosas que hacen que una persona sea buena ¿acaso las personas sólo nacen con la combinación perfecta de compasión, empatía, humildad y generosidad? Yo por lo menos no creo que sea así.
Algunas de las personas más buenas que he conocido en mi vida son aquellas que han atravesado por más problemas que el resto. Y no hablo de dificultades como no saber qué bus tomar para ir a casa, me refiero a seres que de verdad lo han perdido todo.
Hablo de esas personas que de verdad han tocado fondo y que, de alguna forma, han podido salir de las profundidades más oscuras. Personas que han conocido la desesperanza y la vulnerabilidad,  a tal punto que se preguntaron si valía la pena seguir viviendo. Hay gente que ha vivido en el mismísimo infierno.
Por muy injusta que pueda ser la vida he notado que todas estas personas tienen algo en común: son realmente bellas. No se han vuelto frías y no se quejan por lo que la vida les ha hecho vivir. Su fortaleza ha aumentado y se enfrentan a sus desafíos con el rostro en alto y con una valentía admirable.
Yo misma he aprendido mucho de estas personas al verme forzada a decidir si es que dejaría que mis desafíos se quedaran con lo mejor de mí o si sigo luchando. Como personas que hemos pasado por dificultades decidimos de forma consciente aprender de nuestro dolor y usarlo como una medalla de honor, en vez de una excusa para sentirnos miserables. Como refleja Peter Van Houten, de “Un dolor imperial” (Bajo la Misma Estrella):

“El dolor demanda que lo sientas”
Esta adversidad puede tratar sobre batallar con una enfermedad crónica, la muerte de un ser querido, una adicción, no tener un hogar, o algún impedimento físico o mental; existen millones de formas. Pero cuando una persona es empujada más allá del límite, todos sentimos lo mismo: desesperanza.
Sin embargo, en estos momentos de agonía no logramos reconocer que esta adversidad es el regalo más grande que alguien nos podría haber dado. ¿Por qué? Porque aprendemos a través de esas experiencias.
Aprendemos a tratar a todos a nuestro alrededor con amabilidad, porque en algún momento todo lo que deseábamos era que los demás supieran lo heridos que estábamos antes de dejar caer sus frustraciones sobre nosotros de forma descuidada en el pasado.
Aprendemos a apreciar y a valorar lo que nos rodea porque sabemos que puede desaparecer en cualquier momento.
Aprendemos a tener compasión y ser empáticos con los demás, pues sabemos lo agradable que era sentir que a alguien le importara como nos sentíamos.
Aprendemos a ser leales con quienes son más importantes para nosotros porque sabemos lo mucho que necesitábamos de su amor y apoyo en los peores momentos.
Y lo más importante es que aprendemos como sacarle el máximo provecho a lo que la vida nos da aquí y ahora mismo.
El regalo de la adversidad no sólo te da la posibilidad de convertirte en un ser humano más fuerte y más amable, sino que también hace que pases de ser una persona común a un ser extraordinario.

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